Ecos del ser:
"Metamorfosis"
En este mundo donde los límites entre los sueños y la realidad se desdibujan, existía un ser llamado Ekko, quien era una amalgama de formas y colores que desafiaba toda lógica. Su cuerpo, compuesto por una mezcla de escamas relucientes y pétalos vibrantes, emanaba un resplandor mágico. En su mundo cada habitante tenía su propia peculiaridad. Ese lugar estaba lleno de seres fantásticos: criaturas con la cabeza al revés, plantas que caminan y animales que vuelan sin alas.
Un día, mientras exploraba el bosque se encontró con una extraña criatura, ésta era mitad humana mitad reloj de bolsillo. Su cuerpo estaba compuesto por engranajes y manecillas que giraban sin cesar. El rostro de este ser era apacible y amigable. Sin embargo, sus ojos parecían ser ventanas hacia un cosmos desconocido. Ambos se hicieron amigos al instante. Comenzaron a aventurarse juntos por el bosque descubriendo criaturas fluorescentes que dejaban rastros de brillo y niebla cuando se deslizaban por los árboles, y también ángeles de papel que volaban en espirales ascendentes.
Mientras exploraban, se encontraron con un lago cuyas aguas reflejan destellos de colores brillantes. Ekko se acercó y observó su reflejo pero en lugar de ver su extraña morfología se vió a sí mismo como un ser humano y quedó perplejo. Su compañero de inmediato le susurró: “En este mundo mágico embriagador, cada uno es dueño de su propia metamorfosis. Donde las miradas reflejan sueños en llamas y las sombras ocultan las verdades más profundas. Aquí, en este reino uno puede descubrirse a sí mismo en las encrucijadas de su propia identidad, donde el deseo arde y la realidad se teje con los hilos de la imaginación desbocada”.
Impulsado por la curiosidad, Ekko decidió sumergirse en el lago, deseando ver cómo sería si tuviese apariencia humana. Al emerger del agua se transformó en un ser humano con aspecto enigmático. Un sentimiento de sorpresa lo invadió. Sus brazos ahora eran delicados y sus piernas esbeltas, pero a pesar de su nueva apariencia, aún se mecía en el murmullo de su esencia mágica.
